La
noche le susurraba al oído. Necesitaba salir afuera a ver lo que
sucedía, necesitaba huir de ese calvario social. Logró escabullirse
entre los demás invitados para poder esconderse un rato de todo.
Hacía meses que no lograba pegar un ojo y esta reunión no le
ayudaba mucho ya que la Francia estaba a punto de entrar en guerra.
Música es lo menos que quería escuchar Léo Marchant. No le
interesaba la música, menos la gente. Era una persona que no estaba
acostumbrada a establecer vínculos afectuosos con la gente a su
alrededor.
Pero
Marchant era Marchant, al fin y al cabo. Él le restaba interés a
todo lo que convenía a saltearse del protocolo y lo que era hablar
con las personas.
La
noche era perfecta, fría, pero perfecta. Aunque odiaba ir a fiestas,
admiraba la capacidad de buenos organizadores que tenían los dueños
del lugar. La noche anterior había llovido y, en un santiamén,
lograron trasladarse dentro de la gran casa sin que se lamentase
daños en lo vinculado a la fiesta.
Caminó
unos cuantos metros lejos de la gran casa que poseían aquellos
políticos que él tanto odiaba. Pero debía cumplir su deber de
militar. La guerra había comenzado y él necesitaba poder tener unos
minutos libres de la gente que luego debía proteger. Léo había
pasado la mitad de su vida en el ejército y le encantaba. Pero
algunas veces añoraba solo el silencio que le daba la soledad.
Se
alejó lo suficiente para no ver la casa pero todavía se escuchaba
en la lejanía esa música que lo había dejado aturdido. Se encontró
con un pequeño lago de aguas cristalinas en el que se podía ver
perfectamente el reflejo de sí mismo y el de los enormes árboles
que lo rodeaban.
De
pronto, dejó de escuchar la música. Solo la Luna llena era el único
haz de luz en ese lugar que iluminaba el bosque y el pequeño lago.
El
bosque permanecía en penumbras, los animales no hacían ningún
sonido, los grillos y las cigarras no estridulaban, todo era
silencio. El aroma a madera mojada le daba la tranquilidad de estar
en un lugar seguro y solitario como él deseaba. La noche le impedía
ver más allá que unos pocos metros. Sin embargo, la Luna, que le
rozaba la mejilla, ya gastada por los años, era suficiente para
poder ver el camino a seguir.
Era
el lugar más apacible que había encontrado en su vida. Ningún
lugar que había visitado se asemejaba a este. Por un momento, se
sentía en paz. La tranquilidad y el silencio enmendaron horas y
horas de escuchar charlas sobre Alemania y el Führer. Pero solo fue
por un momento.
La ya
anunciada guerra estaba tan cerca, él tenía miedo, pero allí no
tenía nada, no era nada.
Sentía
la libertad de poder dejarse llevar por lo que alguna vez fueron sus
sentimientos. Léo estaba destruido, se arrodilló en el frío y
mojado suelo que ya no le producía nada más que un lugar para
dejarse caer. Liberó todo lo que tenía, rabia, desconsuelo y
simplemente dolor. La guerra iba a comenzar, sabía que no eran el
bando ganador, sabía que iba a morir. Durante segundos, que fueron
eternos, dejo de importarle todo, solo quería estar ahí para
siempre, por siempre.
Pero
Léo se dio cuenta de que tenía que reanudar su vuelta y empezó a
levantarse sin dejar de mirar el lago. Empezó a caminar rodeándolo
y, mientras lo hacía, su mirada se fijó en una extraña silueta.
Permaneció
durante un tiempo silente. Se sorprendió ante la presencia de
aquella figura. Lo primero que pensó fue que alguien lo acechaba,
quizás un espía alemán. Sintió un cierto temor pero, listo para
luchar si fuera necesario, desenfundó su revólver Lebel y se
preparó para disparar.
Al
cabo de unos segundos, inmóvil, luego de haber sentido un escalofrío
que le traspasaba el cuerpo y que le llegaba hasta los pies, pudo
moverse y apuntar nuevamente hacia aquella extraña silueta. Mas esa
oscura y tenebrosa sombra empezó a acercase lenta y silenciosamente
hacia Léo hasta el punto que estaba a unos centímetros de su
rostro.
Léo
se alivió y hasta se contentó por ver que, aquella misteriosa
silueta, no era más que una pequeña y linda mujer de cabellos
negros como el manto de un cielo sin estrellas y que llevaba puesto
un vestido largo y blanco. Ella con su mirada, casi perdida,
observaba a Léo como si se tratase de un fantasma. Se podía notar
que sus luminosos ojos color verde se sorprendieron al verlo.
-Hola
señorita, discúlpeme que me entrometa pero, ¿no tiene frío con
tan poca ropa en esta época del año?-preguntó Léo, anonadado
porque ella solo vestía un vestido blanco y estaba sin zapatos-.
Ella
seguía sin decir nada.
-¿Estas
perdida? ¿Necesitas ayuda?-volvió a preguntar con miedo a su
respuesta-.
-No.-respondió
ella con una voz dulce y alejada-.
-Disculpe
mi poca educación me llamo Léo Marchant general de Ejército de las
fuerzas militares de Francia y tú eres…
-Dafnee-dijo
de manera desinteresada-.
Ambos
se quedaron en silencio. Dafnee observaba a Léo con sumo interés.
Este se dio cuenta.
-¿Por
qué me miras de esa forma?-preguntó-.
-Porque
eres extraño, nunca vi a nadie parecido a ti -respondió- ¿Por qué
estás aquí?-.
-Para
poder pensar. Tengo bastantes responsabilidades ahora que Francia
está uniéndose a la guerra-respondió-.
Dafnee
permaneció en silencio.
-Elegí
este lugar para poder distanciarme de la fiesta en la gran casa. ¿Qué
haces a estas horas por este oscuro lugar? Deberías volver a la
fiesta-mencionó Léo quien pensó que había salido de la gran casa.
La miró de arriba a abajo buscando una respuesta sin ningún éxito-.
-La
oscuridad es una excusa-dijo Dafnee, quién seguía mirando extrañada
a Léo-.
-Oscuridad
o no, este no es un lugar para una mujer vestida de esta forma–dijo
Léo seguía buscando una respuesta a su duda pero sin ningún
éxito-.
Dafnee
se alejó lo suficiente para que él no la vea más,
-¡Espera!
Dafnee, no te vayas, quiero ayudarte-exclamó-.
-Es
tarde, yo ya no necesito ayuda-se escuchó una voz que parecía venir
del viento-.
Léo,
algo asustado por lo que le podría suceder a la chica, salió en su
búsqueda y se adentró en el bosque. Sin embargo, a pesar de sus
esfuerzos, no la encontró.
Se
dio cuenta de que había pasado mucho tiempo cuando, cansado de tanto
correr, se acostó en el húmedo suelo unos segundos para recobrar su
suspiro. Estaba en medio del bosque. Al cabo de unos segundos, Léo
seguía echado en ese recóndito lugar, esperando que vuelva aparecer
aquella misteriosa dama. Había algo que lo cautivaba, quizás su
dulce voz o sus hermosos ojos verdes, algo especial de ella que
desconocía.
Escuchó
una melodía que venía de lo más profundo del bosque. Era ella, lo
sabía. Se levantó rápidamente de donde estaba. Siguió con paso
decidido en la búsqueda de aquella doncella en apuros.
El
bosque estaba iluminado por la luz lunar y los árboles no daban la
sombra suficiente para que estuviese a oscuras. Léo continuó su
marcha hasta llegar de vuelta al lago. Allí encontró a Dafnee.
Estaba a la orilla del pequeño lago cristalino, cantando aquella
melodía que había cautivado a Léo, aquella dulce melodía que
llamaba al dolor. Léo sentía la pena de ella y, con un pequeño
gesto de manos de Dafnee, lo vio. Era el dolor. Sintió unas ganas
desesperadas de correr a ayudarla, a sentirse mejor pero algo lo
impedía. Léo sabía que no podía hacer nada más que mirar esa
hermosa mujer, admirar su belleza, sentir su dolor.
Dafnee
paró de cantar para comenzar a susurrar unas palabras: "La mort
me hante, je ne peux rien faire", murmuraba. Léo, valeroso, se
acercó impetuoso y confiado.
-Dafnee
espera. Quiero ayudarte, nunca es tarde-dijo sin titubear-.
Dafnee
estaba sentada en una piedra al lado del lago. Léo avanzó hasta
donde estaba ella, se sentó y se acercó lo suficiente para rozarle
la mano. Cuando la tocó, sintió en su piel como subía un
escalofrío. Pero a la vez sentía que estaba muy tibia, como si
hubiera estado horas en frente una fogata. Sin embargo, Léo no se
sorprendió de esto. Dafnee lo miró:
-Quizás
haya una forma de ayudarme-dijo-.
-¿Y
cuál es?-preguntó Léo-.
Dafnee
dirigió su mirada hacia las aguas cristalinas.
-Ven.
Quiero mostrarte algo-dijo-.
Dafnee
no volvió a hablar, soltó la mano de Léo y avanzó hacia el lago
hasta llegar a cierta distancia. Luego, se dio la vuelta, miró a Léo
e hizo señas para que viniese.
Léo
sintió miedo. Dudó un momento pero, con paso decidido, fue a su
encuentro avanzando hacia las frías aguas. Dafnee tomó su mano y
Léo volvió a sentir el frío de la muerte. Pero también la calidez
de una esperanza. Luego de eso, ella tocó con su mano la superficie
del lago. Léo pudo notar en Dafnee que el agua no producía ninguna
onda cuando su cuerpo o su mano se movían. Esto le hizo sospechar
que él era su único vínculo tangible.
-Dafnee,
dime, ¿qué quieres, qué necesitas?- Dijo mirándola fijamente a
sus ojos verdes.
-La
verdad, mira-señaló el lago y rozó sus dedos en las calmadas
aguas, pero nada, ni un solo movimiento, como si no hubiera nadie ni
nada.
-¿Que
sucede Dafnee?-dijo un poco asustado pero con ganas de quedarse-.
Ella
sin decir una palabra le sumergió la cabeza con suavidad al helado
lago, para poder descubrir su verdad, la verdad. Léo empezó a ver
bajo las frías aguas e instantáneamente, el lago empezó a revelar
imágenes en forma de destellos de luz.
Todas
y cada una de ellas eran una sucesión de eventos en diferentes
tiempos y espacios. Al principio Léo no entendió. Pero pronto pudo
observar que había algo que vinculaba todos esos eventos. Léo vio
como el dolor de cada momento le rozaba la piel como si estuviera
viviendo cada uno de ellos. No entendía porque le estaba pasando
esto, y ¿qué eran todas estas cosas y cuál era su conexión?
Luego
de un tiempo de duda, llegó a la conclusión. Era ella. Allí la vio
en un segundo, sus hermosos ojos y su oscura cabellera. Fue entonces
cuando Léo entendió. Entendió que era su dolor.
Dafnee
le estaba enseñando su vida, pero no solo toda su vida, sino también
su sufrimiento. Léo observó con más cuidado. Eran recuerdos del
pasado.
Vio
cómo un hombre desalmado le destruía la inocencia a una pequeña.
Vio cómo pequeños molestos se burlaban de ella y miró cómo le
mentían sobre el amor un desgraciado que nunca le importó hacerla
sufrir.
Un
grito de desesperación y tristeza se retumbó en la cabeza de Léo.
Luego todo se oscureció y de nuevo estaba en el silencio y en la
oscuridad. Pero no duró por mucho tiempo. Léo vio de vuelta lo que
necesitaba ver.
Vio
cómo una dulce mujer anciana trataba sus heridas. Vio que todavía
había gente con alma, como una pequeña niña que encontraba el
valor para defender a los más desvalidos y vio cómo otro hombre la
hacía feliz con sus pequeñas bromas.
Luego
de esto, se escuchó una risa amable y gentil y un “merci” en la
lejanía. Allí los destellos de luz se apagaron completamente y Léo
se vio de vuelta solo bajo las frías aguas. Léo saca la cabeza del
agua helada y, con la confusión de lo que acababa de suceder,
preguntó tartamudeando del frío y el temor.
-¿Qué...?
¿Qué fue eso?-.
-Esa
era mi vida-respondió-, quería que la vieras. El dolor formó parte
de mí, he sufrido demasiado y a pesar de haber vivido esto, el amor
también formó parte de mí-.
Léo
se quedó en silencio. No lo podía creer, ella era simplemente nada
o algo pero seguro que no era humana.
-Pero
tú, ¿estas viva, no?-preguntó con miedo a la respuesta-.
-No
lo sé. Nunca me rendí-respondió de forma apagada-.
-Necesitas
irte, tú ya no perteneces aquí. Tú te mereces el descanso-dijo Léo
con un nudo en la garganta-.
-Tal
vez, pero no lo sé, ¿Que será de este lugar? ¿A dónde iré?
-Quizás
la respuesta no es más que otra pregunta-respondió Léo-, ¿acaso
importa? Tú te lo mereces.
Un
silencio incomodo cerró la conversación, ella tenía miedo, él
también, pero necesitaban terminar lo que la muerte no pudo. Cumplir
su deseo.
Salieron
a caminar por aquel gran bosque de oscuridad y tristeza en la
búsqueda de algo que Dafnee había perdido hace mucho. Nada quedaba,
la fiesta ya había terminado hacía ya horas, nadie se preguntaba
dónde estaba Léo y el alba ya estaba por comenzar. Pero no
importaba. Él necesitaba ayudar a Dafnee, ella se merecía eso y Léo
también.
Se
encontraron frente a un gran árbol donde yacía colgada de una de
sus ramas lo que parecía una pequeña cadena de plata. Léo la sacó
del lugar donde estaba, la observó y se lo dio en la mano a Dafnee.
-Gracias,
era el último recuerdo de este lugar que quería
llevarme-dijo-siempre la quise usar pero desde que no puedo tocar
nada físico, nunca lo he podido lograr. Sin embargo, antes, quiero
pedirte una última cosa, Léo. Solo un último deseo.
-Dime
y lo cumpliré-dijo-.
-Quiero
que me abraces-.
Léo
se sorprendió ante la proposición, era muy extraño que fuera
solamente eso. Sin embargo, Dafnee lo estaba esperando. Léo volvió
a recordar la vida por la que había pasado ella y sabiendo esto,
extendió sus brazos y la sujetó fuertemente. La cabeza de Dafnee se
encontró con el hombro de Léo y la cabeza de este con el hombro de
ella. Ambos no se soltaron durante un largo tiempo.
Léo
empezó a percibir algo extraño. Sintió el deseo. Había encontrado
una paz más profunda que la que pensaba buscar en el lago antes de
conocer a Dafnee. Quería que ese abrazo durara para siempre, quería
seguir viendo sus ojos verdes hasta que no pudiera volver a ver,
quería escuchar las melodías que ella cantaba solo para poder
sentirse bien y, por sobre todo, quería sentir su frío pero a la
vez tibio cuerpo solo una última vez.
Pero
el tiempo se acababa. Léo no iba a sentir más esa sensación de
paz. Sus brazos empezaron a dejar de sentir el cuerpo sólido de
Dafnee. Esto lo asustó. El hombro sobre el cual él apoyaba su
cabeza, ya no lo sentía más allí. Incluso sentía que la cabeza de
Dafnee ya no estaba más apoyada sobre el propio hombro de Léo.
Se
dio cuenta de esto, pero no quería abrir sus ojos. A pesar que debía
hacerlo para afrontar la realidad, no lo hizo. El cuerpo de Dafnee ya
no se sentía el mismo. Empezó a dejar de ser tangible. Su frialdad
ya no estaba presente en ella, su calidez tampoco.
Antes
de que hubiera desaparecido por completo, pudo escuchar unas últimas
palabras:
-Por
fin puedo decir adiós, por fin puedo rendirme al descanso, por fin
puedo aceptar que mi vida terminó y que por fin, puedo decir que
alguien me amó-.
Ella
extrañamente sonrío y lo miro por última vez para saber que se
sentiría verlo por última vez, pero solo encontró paz, paz que Léo
nunca vio. Él simplemente se desesperó, quería pararla pero sabía
que estaría mal, sabía que era lo que debía de suceder.
Léo
apretó más y más sus brazos para no dejarla ir. Pero ya era tarde,
ella ya no estaba allí. Sus brazos simplemente estaban abrazando la
nada misma. Al darse cuenta de esto, abrió los ojos y contempló la
triste realidad.
Léo
recordó a Dafnee solo para sentir un dolor extremo en un lugar donde
él nunca había sentido nada. Sin encontrarle un nombre él lo sabía
y ella lo intuyó.
Dafnee
desapareció y Léo quedó en ese lugar frío y oscuro, solo. Ya no
le producía paz, todo lo contrario, quería huir de allí, Lo
necesitaba.
Llegó
a la gran casa solo para ver que no quedaba nada de ella, estaba
destruida y toda la gente desaparecida. La guerra había comenzado.
Andres R. Saravia, Octavio León, Lucía Alejandra Bustos Brunetti.
Ilustración Lucía Alejandra Bustos Brunetti. |
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