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lunes, 2 de marzo de 2015

Forêt Froide

La noche le susurraba al oído. Necesitaba salir afuera a ver lo que sucedía, necesitaba huir de ese calvario social. Logró escabullirse entre los demás invitados para poder esconderse un rato de todo. Hacía meses que no lograba pegar un ojo y esta reunión no le ayudaba mucho ya que la Francia estaba a punto de entrar en guerra. Música es lo menos que quería escuchar Léo Marchant. No le interesaba la música, menos la gente. Era una persona que no estaba acostumbrada a establecer vínculos afectuosos con la gente a su alrededor.

Pero Marchant era Marchant, al fin y al cabo. Él le restaba interés a todo lo que convenía a saltearse del protocolo y lo que era hablar con las personas.
La noche era perfecta, fría, pero perfecta. Aunque odiaba ir a fiestas, admiraba la capacidad de buenos organizadores que tenían los dueños del lugar. La noche anterior había llovido y, en un santiamén, lograron trasladarse dentro de la gran casa sin que se lamentase daños en lo vinculado a la fiesta.

Caminó unos cuantos metros lejos de la gran casa que poseían aquellos políticos que él tanto odiaba. Pero debía cumplir su deber de militar. La guerra había comenzado y él necesitaba poder tener unos minutos libres de la gente que luego debía proteger. Léo había pasado la mitad de su vida en el ejército y le encantaba. Pero algunas veces añoraba solo el silencio que le daba la soledad.
Se alejó lo suficiente para no ver la casa pero todavía se escuchaba en la lejanía esa música que lo había dejado aturdido. Se encontró con un pequeño lago de aguas cristalinas en el que se podía ver perfectamente el reflejo de sí mismo y el de los enormes árboles que lo rodeaban.

De pronto, dejó de escuchar la música. Solo la Luna llena era el único haz de luz en ese lugar que iluminaba el bosque y el pequeño lago.
El bosque permanecía en penumbras, los animales no hacían ningún sonido, los grillos y las cigarras no estridulaban, todo era silencio. El aroma a madera mojada le daba la tranquilidad de estar en un lugar seguro y solitario como él deseaba. La noche le impedía ver más allá que unos pocos metros. Sin embargo, la Luna, que le rozaba la mejilla, ya gastada por los años, era suficiente para poder ver el camino a seguir.
Era el lugar más apacible que había encontrado en su vida. Ningún lugar que había visitado se asemejaba a este. Por un momento, se sentía en paz. La tranquilidad y el silencio enmendaron horas y horas de escuchar charlas sobre Alemania y el Führer. Pero solo fue por un momento.

La ya anunciada guerra estaba tan cerca, él tenía miedo, pero allí no tenía nada, no era nada.
Sentía la libertad de poder dejarse llevar por lo que alguna vez fueron sus sentimientos. Léo estaba destruido, se arrodilló en el frío y mojado suelo que ya no le producía nada más que un lugar para dejarse caer. Liberó todo lo que tenía, rabia, desconsuelo y simplemente dolor. La guerra iba a comenzar, sabía que no eran el bando ganador, sabía que iba a morir. Durante segundos, que fueron eternos, dejo de importarle todo, solo quería estar ahí para siempre, por siempre.
Pero Léo se dio cuenta de que tenía que reanudar su vuelta y empezó a levantarse sin dejar de mirar el lago. Empezó a caminar rodeándolo y, mientras lo hacía, su mirada se fijó en una extraña silueta.
Permaneció durante un tiempo silente. Se sorprendió ante la presencia de aquella figura. Lo primero que pensó fue que alguien lo acechaba, quizás un espía alemán. Sintió un cierto temor pero, listo para luchar si fuera necesario, desenfundó su revólver Lebel y se preparó para disparar.

Al cabo de unos segundos, inmóvil, luego de haber sentido un escalofrío que le traspasaba el cuerpo y que le llegaba hasta los pies, pudo moverse y apuntar nuevamente hacia aquella extraña silueta. Mas esa oscura y tenebrosa sombra empezó a acercase lenta y silenciosamente hacia Léo hasta el punto que estaba a unos centímetros de su rostro.
Léo se alivió y hasta se contentó por ver que, aquella misteriosa silueta, no era más que una pequeña y linda mujer de cabellos negros como el manto de un cielo sin estrellas y que llevaba puesto un vestido largo y blanco. Ella con su mirada, casi perdida, observaba a Léo como si se tratase de un fantasma. Se podía notar que sus luminosos ojos color verde se sorprendieron al verlo.
-Hola señorita, discúlpeme que me entrometa pero, ¿no tiene frío con tan poca ropa en esta época del año?-preguntó Léo, anonadado porque ella solo vestía un vestido blanco y estaba sin zapatos-.
Ella seguía sin decir nada.
-¿Estas perdida? ¿Necesitas ayuda?-volvió a preguntar con miedo a su respuesta-.
-No.-respondió ella con una voz dulce y alejada-.
-Disculpe mi poca educación me llamo Léo Marchant general de Ejército de las fuerzas militares de Francia y tú eres…
-Dafnee-dijo de manera desinteresada-.
Ambos se quedaron en silencio. Dafnee observaba a Léo con sumo interés. Este se dio cuenta.
-¿Por qué me miras de esa forma?-preguntó-.
-Porque eres extraño, nunca vi a nadie parecido a ti -respondió- ¿Por qué estás aquí?-.
-Para poder pensar. Tengo bastantes responsabilidades ahora que Francia está uniéndose a la guerra-respondió-.
Dafnee permaneció en silencio.
-Elegí este lugar para poder distanciarme de la fiesta en la gran casa. ¿Qué haces a estas horas por este oscuro lugar? Deberías volver a la fiesta-mencionó Léo quien pensó que había salido de la gran casa. La miró de arriba a abajo buscando una respuesta sin ningún éxito-.
-La oscuridad es una excusa-dijo Dafnee, quién seguía mirando extrañada a Léo-.
-Oscuridad o no, este no es un lugar para una mujer vestida de esta forma–dijo Léo seguía buscando una respuesta a su duda pero sin ningún éxito-.
Dafnee se alejó lo suficiente para que él no la vea más,
-¡Espera! Dafnee, no te vayas, quiero ayudarte-exclamó-.
-Es tarde, yo ya no necesito ayuda-se escuchó una voz que parecía venir del viento-.
Léo, algo asustado por lo que le podría suceder a la chica, salió en su búsqueda y se adentró en el bosque. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, no la encontró.
Se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo cuando, cansado de tanto correr, se acostó en el húmedo suelo unos segundos para recobrar su suspiro. Estaba en medio del bosque. Al cabo de unos segundos, Léo seguía echado en ese recóndito lugar, esperando que vuelva aparecer aquella misteriosa dama. Había algo que lo cautivaba, quizás su dulce voz o sus hermosos ojos verdes, algo especial de ella que desconocía.
Escuchó una melodía que venía de lo más profundo del bosque. Era ella, lo sabía. Se levantó rápidamente de donde estaba. Siguió con paso decidido en la búsqueda de aquella doncella en apuros.

El bosque estaba iluminado por la luz lunar y los árboles no daban la sombra suficiente para que estuviese a oscuras. Léo continuó su marcha hasta llegar de vuelta al lago. Allí encontró a Dafnee. Estaba a la orilla del pequeño lago cristalino, cantando aquella melodía que había cautivado a Léo, aquella dulce melodía que llamaba al dolor. Léo sentía la pena de ella y, con un pequeño gesto de manos de Dafnee, lo vio. Era el dolor. Sintió unas ganas desesperadas de correr a ayudarla, a sentirse mejor pero algo lo impedía. Léo sabía que no podía hacer nada más que mirar esa hermosa mujer, admirar su belleza, sentir su dolor.
Dafnee paró de cantar para comenzar a susurrar unas palabras: "La mort me hante, je ne peux rien faire", murmuraba. Léo, valeroso, se acercó impetuoso y confiado.
-Dafnee espera. Quiero ayudarte, nunca es tarde-dijo sin titubear-.
Dafnee estaba sentada en una piedra al lado del lago. Léo avanzó hasta donde estaba ella, se sentó y se acercó lo suficiente para rozarle la mano. Cuando la tocó, sintió en su piel como subía un escalofrío. Pero a la vez sentía que estaba muy tibia, como si hubiera estado horas en frente una fogata. Sin embargo, Léo no se sorprendió de esto. Dafnee lo miró:
-Quizás haya una forma de ayudarme-dijo-.
-¿Y cuál es?-preguntó Léo-.
Dafnee dirigió su mirada hacia las aguas cristalinas.
-Ven. Quiero mostrarte algo-dijo-.
Dafnee no volvió a hablar, soltó la mano de Léo y avanzó hacia el lago hasta llegar a cierta distancia. Luego, se dio la vuelta, miró a Léo e hizo señas para que viniese.

Léo sintió miedo. Dudó un momento pero, con paso decidido, fue a su encuentro avanzando hacia las frías aguas. Dafnee tomó su mano y Léo volvió a sentir el frío de la muerte. Pero también la calidez de una esperanza. Luego de eso, ella tocó con su mano la superficie del lago. Léo pudo notar en Dafnee que el agua no producía ninguna onda cuando su cuerpo o su mano se movían. Esto le hizo sospechar que él era su único vínculo tangible.
-Dafnee, dime, ¿qué quieres, qué necesitas?- Dijo mirándola fijamente a sus ojos verdes.
-La verdad, mira-señaló el lago y rozó sus dedos en las calmadas aguas, pero nada, ni un solo movimiento, como si no hubiera nadie ni nada.
-¿Que sucede Dafnee?-dijo un poco asustado pero con ganas de quedarse-.
Ella sin decir una palabra le sumergió la cabeza con suavidad al helado lago, para poder descubrir su verdad, la verdad. Léo empezó a ver bajo las frías aguas e instantáneamente, el lago empezó a revelar imágenes en forma de destellos de luz.
Todas y cada una de ellas eran una sucesión de eventos en diferentes tiempos y espacios. Al principio Léo no entendió. Pero pronto pudo observar que había algo que vinculaba todos esos eventos. Léo vio como el dolor de cada momento le rozaba la piel como si estuviera viviendo cada uno de ellos. No entendía porque le estaba pasando esto, y ¿qué eran todas estas cosas y cuál era su conexión?

Luego de un tiempo de duda, llegó a la conclusión. Era ella. Allí la vio en un segundo, sus hermosos ojos y su oscura cabellera. Fue entonces cuando Léo entendió. Entendió que era su dolor.
Dafnee le estaba enseñando su vida, pero no solo toda su vida, sino también su sufrimiento. Léo observó con más cuidado. Eran recuerdos del pasado.
Vio cómo un hombre desalmado le destruía la inocencia a una pequeña. Vio cómo pequeños molestos se burlaban de ella y miró cómo le mentían sobre el amor un desgraciado que nunca le importó hacerla sufrir.
Un grito de desesperación y tristeza se retumbó en la cabeza de Léo. Luego todo se oscureció y de nuevo estaba en el silencio y en la oscuridad. Pero no duró por mucho tiempo. Léo vio de vuelta lo que necesitaba ver.
Vio cómo una dulce mujer anciana trataba sus heridas. Vio que todavía había gente con alma, como una pequeña niña que encontraba el valor para defender a los más desvalidos y vio cómo otro hombre la hacía feliz con sus pequeñas bromas.

Luego de esto, se escuchó una risa amable y gentil y un “merci” en la lejanía. Allí los destellos de luz se apagaron completamente y Léo se vio de vuelta solo bajo las frías aguas. Léo saca la cabeza del agua helada y, con la confusión de lo que acababa de suceder, preguntó tartamudeando del frío y el temor.
-¿Qué...? ¿Qué fue eso?-.
-Esa era mi vida-respondió-, quería que la vieras. El dolor formó parte de mí, he sufrido demasiado y a pesar de haber vivido esto, el amor también formó parte de mí-.
Léo se quedó en silencio. No lo podía creer, ella era simplemente nada o algo pero seguro que no era humana.
-Pero tú, ¿estas viva, no?-preguntó con miedo a la respuesta-.
-No lo sé. Nunca me rendí-respondió de forma apagada-.
-Necesitas irte, tú ya no perteneces aquí. Tú te mereces el descanso-dijo Léo con un nudo en la garganta-.
-Tal vez, pero no lo sé, ¿Que será de este lugar? ¿A dónde iré?
-Quizás la respuesta no es más que otra pregunta-respondió Léo-, ¿acaso importa? Tú te lo mereces.

Un silencio incomodo cerró la conversación, ella tenía miedo, él también, pero necesitaban terminar lo que la muerte no pudo. Cumplir su deseo.
Salieron a caminar por aquel gran bosque de oscuridad y tristeza en la búsqueda de algo que Dafnee había perdido hace mucho. Nada quedaba, la fiesta ya había terminado hacía ya horas, nadie se preguntaba dónde estaba Léo y el alba ya estaba por comenzar. Pero no importaba. Él necesitaba ayudar a Dafnee, ella se merecía eso y Léo también.
Se encontraron frente a un gran árbol donde yacía colgada de una de sus ramas lo que parecía una pequeña cadena de plata. Léo la sacó del lugar donde estaba, la observó y se lo dio en la mano a Dafnee.
-Gracias, era el último recuerdo de este lugar que quería llevarme-dijo-siempre la quise usar pero desde que no puedo tocar nada físico, nunca lo he podido lograr. Sin embargo, antes, quiero pedirte una última cosa, Léo. Solo un último deseo.
-Dime y lo cumpliré-dijo-.
-Quiero que me abraces-.

Léo se sorprendió ante la proposición, era muy extraño que fuera solamente eso. Sin embargo, Dafnee lo estaba esperando. Léo volvió a recordar la vida por la que había pasado ella y sabiendo esto, extendió sus brazos y la sujetó fuertemente. La cabeza de Dafnee se encontró con el hombro de Léo y la cabeza de este con el hombro de ella. Ambos no se soltaron durante un largo tiempo.
Léo empezó a percibir algo extraño. Sintió el deseo. Había encontrado una paz más profunda que la que pensaba buscar en el lago antes de conocer a Dafnee. Quería que ese abrazo durara para siempre, quería seguir viendo sus ojos verdes hasta que no pudiera volver a ver, quería escuchar las melodías que ella cantaba solo para poder sentirse bien y, por sobre todo, quería sentir su frío pero a la vez tibio cuerpo solo una última vez.
Pero el tiempo se acababa. Léo no iba a sentir más esa sensación de paz. Sus brazos empezaron a dejar de sentir el cuerpo sólido de Dafnee. Esto lo asustó. El hombro sobre el cual él apoyaba su cabeza, ya no lo sentía más allí. Incluso sentía que la cabeza de Dafnee ya no estaba más apoyada sobre el propio hombro de Léo.

Se dio cuenta de esto, pero no quería abrir sus ojos. A pesar que debía hacerlo para afrontar la realidad, no lo hizo. El cuerpo de Dafnee ya no se sentía el mismo. Empezó a dejar de ser tangible. Su frialdad ya no estaba presente en ella, su calidez tampoco.
Antes de que hubiera desaparecido por completo, pudo escuchar unas últimas palabras:
-Por fin puedo decir adiós, por fin puedo rendirme al descanso, por fin puedo aceptar que mi vida terminó y que por fin, puedo decir que alguien me amó-.
Ella extrañamente sonrío y lo miro por última vez para saber que se sentiría verlo por última vez, pero solo encontró paz, paz que Léo nunca vio. Él simplemente se desesperó, quería pararla pero sabía que estaría mal, sabía que era lo que debía de suceder.
Léo apretó más y más sus brazos para no dejarla ir. Pero ya era tarde, ella ya no estaba allí. Sus brazos simplemente estaban abrazando la nada misma. Al darse cuenta de esto, abrió los ojos y contempló la triste realidad.
Léo recordó a Dafnee solo para sentir un dolor extremo en un lugar donde él nunca había sentido nada. Sin encontrarle un nombre él lo sabía y ella lo intuyó.
Dafnee desapareció y Léo quedó en ese lugar frío y oscuro, solo. Ya no le producía paz, todo lo contrario, quería huir de allí, Lo necesitaba.

Llegó a la gran casa solo para ver que no quedaba nada de ella, estaba destruida y toda la gente desaparecida. La guerra había comenzado.



Andres R. Saravia, Octavio León, Lucía Alejandra Bustos Brunetti. 


Ilustración Lucía Alejandra Bustos Brunetti.

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